miércoles, 27 de enero de 2010

Predestinación


PREDESTINACIÓN DE SAN JOSÉ
PARA COOPERAR EN LA REDENCIÓN
DEL LINAJE HUMANO



Cuando el Señor, en su infinita misericordia, promulgó el decreto de nuestra redención, no sólo escogió en el tiempo todas las circunstancias que debían preceder, acompañar y seguir a su ejecución, sino que también determinó con toda precisión el oficio y orden de todos los que debían tomar parte en tan portentoso misterio.

En la mente divina se hallaba la Virgen sin mancilla desde mucho antes de la creación del Universo, según se lee en el libro de los Proverbios.

Y así como desde la eternidad escogió entre todas las mujeres a la que había de ser Madre Virgen del Verbo, eligió también entre todos los hombres al que había de servir de Padre legal al Hijo, de Esposo virginal a la Madre y de sostén, custodio y defensa a entrambos.

De aquí se sigue que María debió de estar comprendida inmediatamente después de Jesús en el decreto de la Encarnación del Verbo y predestinada a ser augustísima Reina y Madre del Hijo de Dios.

De aquí se sigue que a la predestinación de la Virgen Madre debió seguir también inmediatamente la de San José, porque para ocultar al mundo este misterio hasta que se realizara, así como para poner a salvo el honor de la Madre y el buen nombre del Hijo era preciso que María fuera desposada con el varón más justo y humilde de la casa de David.

Por eso no se concibe la predestinación de la Virgen Santísima sin contemplar a su lado a su castísimo Esposo, el glorioso Patriarca San José.

Algunos escritores piadosos aclaran este concepto apelando a una comparación altísima, diciendo que, así como la procesión del Verbo no puede creerse sin la fe en el Eterno Padre, del cual procede, asimismo la generación temporal del Hijo divino, que se verificó de madre sin concurso de varón, no se puede conocer sin previa noticia de la Madre de Dios; así como tampoco se puede tener conocimiento de la Madre de Dios, tal como la predestinó el Altísimo, sin algún conocimiento de su castísimo Esposo.

De lo cual se deduce que así como el nombre de Jesús es el primero que desde toda eternidad se escribió en el Libro de los Predestinados, como cabeza de todos ellos, y el segundo el dulcísimo nombre de María, como Madre de Jesús, así, en su proporción relativa, debió de ocupar el tercer lugar el suavísimo nombre de San José, como Esposo de María y fiel guardián y sostén de Jesucristo.

San Bernardo escribe que San José, y sólo San José, con preferencia a los más santos y distinguidos personajes del antiguo y nuevo Testamento, fue constituido por Dios en la tierra coadjutor o cooperador fidelísimo del gran Consejo, esto es, de la Encarnación del Verbo increado.

San Bernardino de Sena encomia al glorioso Patriarca por haber sido elegido por el Eterno con generosa providencia guardián y defensor de sus principales tesoros: Jesús y María.

Así como la Virgen fue antes del tiempo predestinada a ser Madre del Hijo de Dios, así San José fue juntamente con Ella escogido nutricio y custodio de Jesús y María.

San José fue por Dios destinado a servir a la economía de la Encarnación.

He aquí el origen y vena inagotable de las grandezas de San José, su predestinación eterna a ser cooperador del misterio más grande que adoraron los siglos.

¿Quién jamás, ni de los mayores justos, de la tierra, ni de los espíritus celestiales, tuvo participación tan inmediata en las obras más excelsas e inenarrables del Omnipotente?

¿No demanda tal cooperación una santidad superior a la de los demás escogidos?

San José, por su predestinación divina a ser coadjutor de la obra del gran Consejo, encumbróse sobre todos los soberanos espíritus. A los Ángeles hace Dios ayos y guardianes de los hombres; a los Arcángeles encomienda la defensa de príncipes y reyes; a los Principados sujeta naciones e imperios; mas a ninguno, ni de los más encumbrados Serafines ni Querubes, escogió para guarda superior de su Hijo, por más que muchos le acompañaran como siervos y ministros.

Únicamente San José, como canta la Iglesia, no solamente fue nombrado por el Todopoderoso ayo, defensor y custodio de Jesucristo, mas también siervo fiel y prudente, constituido por el Señor cabeza de su familia para que a su tiempo la sustentara.

¿Puede caber mayor gloria para una criatura mortal?

A San Rafael, siendo uno de los primeros príncipes de la corte celestial, designó el Omnipotente para compañero y guía del santo joven Tobías en su viaje a la ciudad de Ragés; mas a San José lo elevó al altísimo cargo y ministerio de acompañar y defender al Hijo de Dios en sus caminos.

San Gabriel tuvo a gran honra ser el mensajero de Dios para anunciar a la Virgen María el incomprensible misterio de la divina maternidad; pero mayor fue la honra de San José, levantado a la dignidad incomparable de ser virginal consorte y compañero inseparable de la misma divina Madre.

Cífrase la más brillante gloria del Arcángel San Miguel en ocupar el trono supremo de la milicia, celestial, como príncipe de los Coros Angélicos; más le aventaja, y con mucho San José, pues fue príncipe y cabeza de la familia de Dios en la tierra, compuesta, no de purísimos espíritus, sino de la misma Reina de todos ellos y del supremo Gobernador del Universo visible e invisible.

Este lugar ocupa el castísimo Esposo de María en la obra más excelente y grandiosa que salió de la mente divina.

¿Qué cargo, ministerio ni dignidad puede imaginarse entre los nacidos, salva la divina maternidad, mayores y más divino que los conferidos por la Trinidad augustísima a nuestro glorioso Patriarca?

Luego, si los dones han de ser proporcionados a la grandeza de la vocación, hemos de confesar que, después de María, no hubo jamás pura criatura más enriquecida de gracias que San José; las cuales le hicieron a los divinos ojos más grato que otra ninguna y más idóneo para la inefable dignidad que se le confirió.

Concluyamos, pues, diciendo que, constituido el santo Patriarca jefe y cabeza de la Sagrada Familia, pertenecía a la familia del Hombre-Dios, aventajando su dignidad a todos los demás Santos.

¿Crees tú, pregunta Bernardino de Bustos, que debiendo ser José custodio de la beatísima Virgen, compañero y gobernador del Niño Jesús, erró el Altísimo en su elección, o permitió que le faltase algo para ser perfectísimo?

En verdad, pensar solamente en tal despropósito sería crasa temeridad.